EL LIENZO TATUADO
La exposición, titulada EL Traje Gris, corresponde a obra reciente del artista Daniel Solomons, formada por lienzos de gran formato y obra sobre papel.
Heredero del arte geométrico y como consecuencia del abstracto histórico, en esta obra se de una vuelta de tuerca para situarla contemporáneamente. Recordemos que el arte abstracto surgió alrededor de 1910 y cuyas múltiples consecuencias han hecho de él una de las manifestaciones más significativas del siglo XX. Este “estilo artístico” deja de considerar justificada la necesidad de la representación figurativa, la mímesis, y tiende a sustituirla por un lenguaje visual autónomo, dotado de sus propios significados. Elaborado a partir de las experiencias fauvistas y expresionistas, que exaltan la fuerza del color y desembocan en la llamada abstracción lírica o informalismo, o bien a partir de la estructuración cubista, que da lugar a las diferentes abstracciones geométricas y constructivistas.
De esta última corriente es la obra que nos presenta Solomons. Con una paleta de color muy reducida, que va del blanco al negro, pasando por multitud de matices, así el artista construye un mundo propio que no es ajeno a las citas históricas. Y como formato de los lienzos se usa el cuadrado, elemento de equilibrio que potencia la obra.
Estudiando someramente los principales movimientos europeos y americanos tras la Segunda Guerra Mundial, se puede decir que surgen al mezclar una serie de factores similares: una situación desalentadora tras la vivencia de la guerra, la destrucción, la crisis económica, influencias del surrealismo, del automatismo y la primera abstracción. De todo esto mezclado nacen los movimientos europeos y norteamericanos. Y en Estados Unidos se concretan en dos: el Action Painting y el Colour-Field Painting. Dos situaciones, pues, a miles de kilómetros: Informalismo Europeo y Expresionismo Abstracto Americano. Una época que tiene que ver con la nuestra, donde también existen una falta de ideas generadoras de filosofías y una cierta deshumanización.
Entre los referentes históricos en la obra de Daniel Solomons podemos citar a Piet Mondrian que elaboró su propuesta a partir la retícula cubista, a la que progresivamente redujo a trazos horizontales y verticales que encierran planos de color puro. En Francia a Fernand Léger y a Picabia que utilizaron formas cubistas sin renunciar a la intensidad cromática. También Alexandre Rodchenko y El Lissitzky están en la base de la propuesta de Daniel Solomons.
Después del periodo de entreguerras con el surgir del expresionismo abstracto, llegamos a mil novecientos sesenta con la aparición del arte minimalista, que marcó un nuevo periodo de interés por la geometría y la estructura. Geometría y estructura que están presentes en la obra de Solomons. Las tendencias a la vez neoexpresionistas y neogeométricas que se pusieron de manifiesto durante la década de mil novecientos ochenta mostraron un nuevo periodo de interés por la abstracción, que siguen adoptando numerosos artistas inspirados por las más variadas motivaciones, como es el caso de la obra que nos ocupa.
Y como entronque esencial de Solomons está Malevitch, con su reducción al blanco y al negro, aunque nuestro artista utiliza una gama cromática más extensa, que tiene como extremos estos dos colores. Y las formas simples del rectángulo y el cuadrado. Considerando la máxima de la autonomía del cuadro reducido a sus elementos fundamentales geométricos. Aunque Solomons añade una especie de rayonismo a su obra al incluir unas minúsculas incisiones en determinadas obras y en otras amplia la trama geométrica, que es como si ampliase la delgada trama original.
En la obra que nos ocupa se elimina todo lo superfluo hasta que prevalece sólo lo elemental, a lo que contribuye el uso de colores neutros. Además hay un marcado sentido del equilibrio logrado por la compensación de las formas y los colores. Por otra parte, existe una comunicación con el espacio que la circunda y penetra, cuya estructura invisible se materializa en ella. La construcción del cuadro, así como de sus elementos es simple y visualmente controlada, excluyendo todo simbolismo. Así se utilizan elementos puramente plásticos: planos y colores, por lo que el cuadro no tiene más significado que él mismo.
Y como cita el propio Solomons en la elaboración de su obra está la memoria para cartografiar el pasado.
La elaboración de la obra parte del aprendizaje, basados en la experiencia y la memoria, desde una perspectiva que se nutre de la vida misma. Un proceso que va de la memoria al aprendizaje en un acto de maridaje. Cajas autónomas, pero accesibles, de las que se extrae todo el bagaje que sirve para pintar el cuadro. Pues así actúa Solomons, haciendo y deshaciendo desde la memoria para plasmar un palimpsesto en su obra. Palimpsesto que tiene que ver con sus experiencias vitales y plásticas.
El artista se nutre de sus experiencias, aprendiendo de ellas para almacenarlas en la memoria, esos complejos departamentos estancos guardados en la mente, para utilizarlos después en la ejecución pictórica. La memoria argumenta el conocimiento en beneficio de la subjetividad. Subjetividad que procede de las sensaciones y los estímulos. La memoria como herramienta del aprendizaje, que desemboca en le conocimiento aplicado a la obra. El principal motor de la serie El Traje Gris, es pues la memoria, la memoria como recurso del hacer de la pintura.
Los lienzos de Solomons, con su minuciosa ejecución, están realizados con una trama pictórica que colma todo el espacio. De lo microscópico a lo macroscópico, la obra late con una vibración que nos envuelve. Se revelan para, quizás, indicar, nuestra pequeñez ante el mundo. El cuadro nos atrapa para indicarnos que no somos el centro del universo, que existe otra realidad, realidad que podemos ser nosotros mismos. En esta obra se puede apreciar su entronque con el abstracto normativo y el frottage, pero con una revisión actual; en la que es importante el tratamiento superficial del lienzo. La piel de lienzo como metáfora de la vida misma, desde las reglas de la memoria subjetiva. Son las huellas del deambular diario que nos hace asemejarnos a todos a un hombre con un traje gris, pero que si miramos detenidamente vemos las sutiles diferencias que nos distingue. El lienzo como un banco de pruebas donde la trama geométrica traduce nuestro contexto existencial y sus huellas las dudas, el dolor y el placer que nos diferencia.
Huellas que son como tatuajes en el lienzo, tanto por la trama como por las incisiones. La palabra japonesa que indica tatuaje es irezumi, que significa incisión de tinta y el término samoano tátau corresponde a marcar o golpear dos veces. Pues bien en estos lienzos están contemplados estos dos significados pues el resultado visual es de leve golpeo e incisión. El resultado es una trama minuciosa o ampliada que dan su carácter especial a esta obra. En los papeles, en cambio, aunque persiste la trama hay espacios en blanco que son como grandes tatuajes que ayudan y fortalecen la composición.
También podemos entroncar la obra con cierto expresionismo abstracto de raíz norteamericana, especialmente con los campos de color. Color ensimismado que se reduce a una gama de grises pero que cobran una fuerza inusitada al expandirse por todo el lienzo, y al realizar incisiones como suturas que remiten al tráfago diario del hombre corriente. Esta cuestión de la sutura y las incisiones en el lienzo nos hace pensar en la situación personal del artista que ejecuta su propuesta desde las vivencias personales.
El lienzo se convierte en una piel tatuada, donde se desarrolla todo un repertorio de los distintos estados de ánimo y que quedan indelebles en nuestra memoria. Al observar una obra de Solomons hay algo telúrico que nos atrapa, es como una memoria ancestral que nos viene a la mente al observarla. Nos atrapa y nos hace suyos para iniciar una meditación sobre el hombre y las circunstancias que lo rodean. Pues la aparente uniformidad de la propuesta, es sólo un espejismo que nos devuelve nuestra propia y compleja imagen. Reflexión sobre el ser humano, sus apetitos y sus deseos.
Pero también puede indicar clausura. Una cárcel en las que nos vemos atrapados y de la que es complicado salir, en la que es difícil que se aprecie nuestra individualidad. La sociedad actual tiende a uniformizarnos aunque debajo resuene el individuo. Esta exposición nos hace preguntarnos sobre estas cuestiones de las relaciones del individuo con su entorno y de las relaciones con nosotros mismos desde la óptica del Otro.
Cárcel, clausura, tatuaje, todo nos remite al dolor.
No un dolor epifánico sino adherido a la carne, al ser mismo, a nuestra esencia. Dolor que se explicita en el lienzo a través de las incisiones, cárcel reflejada a través de la trama de la pintura.
Todo como un tatuaje que nos envuelve, que nos oculta, quizás, de las miradas de los demás.
Pedro Pizarro
Comisario, Gestor Cultural y Crítico de Arte