DANIEL SOLOMONS: LIBRO DE ARTISTA
Hay cierta magia lírica, apenas entrevista aunque latente, en la producción artística de Daniel Solomons; magia lírica que se define e instala en la circunstancia profundamente polisémica de su obra. Quizá esa cualidad de frontera se manifieste en los términos de la invención posmoderna, es decir, un proyecto tan abierto como oclusivo y determinante, un reiterado camino de ida y vuelta, a la búsqueda, quizá, de una ilusión de frío en el cálido Sur. Jean Cocteau insistía: escribo como si dibujara, pinto como si escribiera, filmo como si compusiera, mi tarea ha sido la de pasar la prueba del nueve, se refería el Príncipe de las Vanguardias a las Nueve Musas, las nueve disciplinas de la imaginación y del intelecto, y en el caso de Cocteau la curiosidad no mató al gato que sobrevivió a sus siete vidas. La iniciativa del Instituto Municipal del Libro de colaborar en la edición de una plaquette, casi un poemario minimalista, sobre el espacio transitable que, hoy por hoy, cultiva Solomons, nace de la investigación original, mimética y apropiacionista –más de tendencias que de formas, suerte de un imprevisible y esteticista cul de sal‐ en la que este creador ha embarcado su obra desde que, en apariencia, abandonó el género pictórico, dirigiendo su interés hacia un campo ilimitado de expansión objetual trufado de una singular experiencia lectora –que en definitiva es la mejor posible‐, sobre la llamada poesía del pensamiento, del símbolo, de la abstracción. No en vano la selección de citas que ha realizado Solomons para este libro pertenece a escritores contemporáneos de la talla de Octavio Paz, Elizabeth Bishop, Hart Crane, Wallace Stevens, Celan, Valéry, Steiner, Sarduy, entre otros, abriendo, además, con una frase del universal Elías Canetti: El segundo encuentro siempre destruye al primero. ¿Debería haber sólo primeros encuentros?
De esa aspiración de linaje al servicio de la gélida variación matérica que se presenta ante nosotros, nace el título de esta publicación, In between, en/entre fronteras, apropiación –también‐ del nombre con el que Daniel ha bautizado esta serie de piezas brillantes, pulidas y reinventadas, con vinilos coloristas como planos de luz neutra, sintagmas al acecho que se encadenan unos a otros, objetos de ambigua naturaleza con perfiles afilados que ofrecen al voyeur espejismos acuáticos en mitad del desierto; voy más allá y me permito una licencia poética, estas piezas están sumergidas en una franja de niebla más dura que el acero. El Instituto Municipal del Libro anunció, ya en su nacimiento, su deseo de contaminación interdisciplinaria. Y así ha sido: en sus más de diez años de interacción cultural el IML indudablemente ha potenciado todos los géneros literarios –poesía, ensayo, novela‐, pero sin olvidarse de otras disciplinas del arte como la música y el arte. Su vocación fundacional se ha cumplido, y se vuelve a cumplir con esta plaquette, que reclama para sí la condición, lo hemos escrito más arriba, de libro de artista. Como si se tratara de un manifiesto futurista o ultraísta, pero menos vocero y más cortés, rechazamos rotundamente la concepción de catálogo. En las páginas que siguen no se cataloga absolutamente nada, sólo se imprime la correspondencia entre poesía y arte bajo el mandato de Daniel Solomons que, por cierto, ha elaborado un libro de artista original, aquí fotografiado, al alcance de aquellos que quieran traspasar la frontera en la que nos movemos incansablemente.
Los libros de artista vienen a ser a la edición lo que los happenings, performances, instalaciones, cajas‐contenedores, y otras variaciones sobre el mismo tema, al arte contemporáneo. Hurtados al proceso industrial los creadores plásticos hacen de los libros mecanismos objetuales, al menos en lo que a la palabra se refiere, la palabra es reutilizada, reinventada, materializada, el código literario, y tipográfico, se conjuga con el código visual. Se trata de un puente que ha sido cruzado varias veces, pero que en la actualidad no deja de ser excitante: el sueño de Mallarmé hubiera sido pintar sus poemas, al igual que el de Gustave Moreau escribir sus lienzos, no digamos Óscar Wilde, como crítico‐artista, o Guillaume Apollinaire, con sus caligramas e ideogramas que dibujaban la Torre Eiffel, recordemos las maravillas editoriales de Lissitzky, de Vostel, de Beuys hasta llegar a los libros de Ruscha, cuyos Twenty six Gasoline Station y Every Building on the Sunset Strip, ambos libros transformados en paradigmas de este género que combina como nadie la expresión literaria y la plástica. En estos momentos en los que la era Guttemberg, es decir el libro en papel, está siendo cuestionado desde el punto de vista del soporte, precisamente por ámbitos que no pertenecen al ámbito de la lectura sino de la tecnología, más fugaz que el pensamiento, llama la atención que un creador joven se interese por el libro clásico como formato sobre el cual narrar el proceso de su obra plástica. En cualquier caso el original nunca podrá ser sustituido por la copia, aunque Walter Benjamin haya escrito lo contrario con la lucidez que le caracterizaba. Quizá por ese motivo nos adherimos a lo que manifiestó Irma Boom, una de las últimas ideólogas y gran creadora de libros de artista: “una pantalla es plana, el libro en papel se abre, debes pasar las páginas, se puede manipular, es profundo”
Daniel Solomons lo sabe y lo cultiva, y por eso editamos In between.
Alfredo Tajan
Critico de Arte, Poeta y Gestor Cultural